Cuando saltamos de alegría y cuando tenemos ganas de salir corriendo acosados por el miedo, la que nos pone en acción es esta hormona, que lleva al límite nuestros sentidos.

La adrenalina nos hace mantenernos despiertos, preserva nuestro instinto de supervivencia y es tan estimulante que consigue que disfrutemos hasta de ciertas situaciones de riesgo. En realidad, su función en el organismo es acelerar el ritmo cardíaco y dilatar los vasos sanguíneos que llegan a los músculos, proporcionándoles más oxígeno para que sean capaces de para realizar mayores esfuerzos cuando es necesario. Por eso es fundamental para la supervivencia tanto en la especie humana como en los animales. Es la que lleva al individuo a la huida o a la acción, y a tomar decisiones en centésimas de segundo. Actúa cuando en el entorno se produce una situación de tensión (agradable o desagradable) y el cuerpo precisa adaptarse a ella.

Por ejemplo, cuando tenemos miedo, el cuerpo se pone en alerta y genera adrenalina para que, ante cualquier amenaza real o imaginaria, corramos más rápido de lo que nunca hubiéramos pensado que podíamos hacerlo y de que nuestras pupilas se dilaten para agudizar nuestra visión. Frente a la amenaza de un posible robo, por ejemplo, la adrenalina se disparará y comenzará a segregarse en grandes cantidades, a la vez que se genera un aumento de la presión cardiaca y de la frecuencia respiratoria, se dilatan las pupilas y el cerebro se pone alerta y preparado para reaccionar al instante. Nos permite mantener un estado de atención sin cansarnos y tomar decisiones rápidas. Lo que sigue a este “subidón” es un cansancio intenso.

De la alerta al estrés

Cuando se vive en un estado continuo de tensión, la consecuencia es el estrés. En estos casos, la respuesta del organismo es mantener en constante funcionamiento las glándulas suprarrenales, encargadas de segregar adrenalina. Esta sobreexcitación emocional mantiene a la persona en un permanente estado de alerta perjudicial para la salud. Una persona que en su actividad cotidiana o en su trabajo presenta un grado excesivo de actividad y una sobrecarga de responsabilidades pero intenta de cualquier forma cumplir con sus obligaciones puede mantener un ritmo de actividad intenso gracias a la adrenalina durante un tiempo limitado. Cuando esta situación se repite de forma continuada o no cesa nunca, la capacidad de reacción del individuo se agota, la adrenalina no llega a cubrir las necesidades y se pasa a un estado de malestar que puede desembocar en síntomas o enfermedades como fatiga crónica, falta de concentración o la fibromialgia, entre otras. En algunas personas se pueden desencadenar incluso dolencias tan serias como infartos de miocardio o úlceras gástricas.

Estimulación natural

Cierta dosis de adrenalina en ocasiones puntuales es plancentera. Ante la monotonía de la rutina diaria, a casi todos nos gusta estimular a nuestro sistema nervioso de vez en cuando para que segregue un poco de adrenalina. Es lo que buscan, por ejemplo, los aficionados a los deportes extremos o a las montañas rusas. Pero para vivir emociones fuertes, no son imprescindibles vivencias tan arriesgadas.

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