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Tanto es así que las consultas motivadas por la fiebre saturan los servicios médicos de pediatría, con padres y abuelos que llegan alarmados porque el niño está muy caliente.
Para evitarnos sustos innecesarios, lo primero es tener claro, a grandes rasgos, qué es la fiebre, cuándo podemos considerarla problemática y qué medidas podemos poner en práctica para atajarla cuando no está relacionada con una dolencia de mayor gravedad. Debemos tener especial precaución con los bebés muy pequeños –menores de tres meses–, que pueden ser muy sensibles ante una subida repentina de su temperatura corporal, y con las personas mayores, que pueden no presentar signos claros de que tienen fiebre, por lo que tenemos que estar más pendientes de ellos.
¿Qué es?
La fiebre –como sucede con la tos– es el “perro guardián” del cuerpo humano, un mecanismo de defensa que adopta nuestro organismo frente a las infecciones y actúa luchando contra los gérmenes que nos enferman. Es importante que seamos conscientes de que no se trata de una enfermedad, sino de un síntoma que acompaña a algunos procesos infecciosos.
¿Cuándo se considera “fiebre”?
La temperatura normal del cuerpo se suele situar entre los 36 y los 37º C, si bien la temperatura corporal varía según el momento del día: es más baja por las mañanas y más alta por las tardes. También es diferente según la zona del cuerpo en la que se mide.
Tanto en niños como en adultos, hablamos de “febrícula” cuando la temperatura corporal, tomada en la axila, supera los 37° C, pero no llega a 38º C, una ligera subida que no es preocupante desde el punto de vista médico. Cuando se alcanzan los 38º C ya se trata de fiebre y puede tener más importancia.
Hay que tener en cuenta que si tomamos la temperatura en el recto, la temperatura que indica el termómetro siempre es medio grado más alta de la real.
Medicamentos, ¿sí o no?
Antes de dar un medicamento para bajar la fiebre (antitérmico) a una persona enferma, es necesario consultar al médico para que estudie el caso.
- Cuando se trate de un bebé mayor de tres meses, mientras que la temperatura no supere los 38ºC, o incluso aunque la supere, y siempre que el niño no muestre malestar, es aconsejable esperar a ver cómo evoluciona, dado que la temperatura puede no seguir subiendo, e incluso, desaparecer sin necesidad de medicar al pequeño.
- Sin embargo, si la fiebre supera los 38º C, o si el bebé manifiesta cierto malestar, se debe recurrir al uso de antitérmicos, como ibuprofeno o paracetamol. Éstos siempre han de ser prescritos por el pediatra, quiénes normalmente optan por aquellos que se suministran por vía oral (gotas o jarabes), por su mayor eficacia y fácil administración. Salvo que el pediatra lo indique, no se deben mezclar distintos antitérmicos para intentar bajar la temperatura del niño, ni variar las dosis o la frecuencia de toma del medicamento.
Para aliviar el malestar que provoca la fiebre...
- Retira el exceso de ropa y desarrópale en la cama.
- La temperatura de la habitación debe estar entre 20 y 22º C. Evita las corrientes de aire.
- Deja descansar al enfermo.
- Procura que beba con frecuencia (agua, infusiones, zumos) para que no se deshidrate, puesto que el aumento de la temperatura corporal provoca una pérdida de los líquidos corporales.
- Prepárale un baño de agua tibia –nunca fría– o humedécele la piel con una esponja mojada en agua también tibia. En el caso de los lactantes, el agua debe estar a 2 o 3º C por debajo de su temperatura. Le mantendremos sumergido durante 15 o 30 minutos. En ningún caso deben aplicarse paños fríos, bolsas de hielo o fricciones de alcohol.
Mide la temperatura
Si sospechamos que un familiar tiene fiebre, lo primero que haremos es medir su temperatura corporal con un termómetro –de mercurio o digital– para confirmar que, efectivamente, es más elevada de lo normal. La palpación directa sobre la piel de la persona enferma, poniéndole la palma de la mano sobre la frente o en el cuello, no siempre es fiable.
Urgencias: ¿Cuándo debo acudir?
- Si presenta temperatura superior a 40º C que no disminuye con la administración de un antitérmico y aligerando su ropa.
- Si el niño es un lactante menor de tres meses de edad.
- Si existen antecedentes de convulsiones febriles en la familia.
- Si observas que el niño esta muy decaído o adormilado (no responde claramente a los estímulos) y no presta atención a lo que le rodea.
- Si tiene vómitos fuertes (como un escopetazo).
- Si respira con dificultad.
- Si le han salido manchas extrañas en la piel de color rojo vivo (del tamaño de una cabeza de alfiler o más grandes).
- Si el niño está muy inquieto e irritable.
- Si el niño mueve con dificultad la cabeza de un lado a otro y de delante hacia atrás.
- Si cuando intentas sentar al niño, observa que coloca su espalda totalmente rígida y los brazos a poyados hacia atrás (como si fuera un trípode).