No hay por qué resignarse a ser “duro de oído”, porque hay soluciones que te pueden ayudar a oír mucho mejor y que te harán la vida más fácil...

Cuántas veces te han dicho: “¡Baja el volumen de la tele, está muy alto!”?. Y ¿cuántas veces has tenido que pedir a alguien que te repitan algo que te han dicho porque no entiendes muchas palabras, sobre todo cuando hay ruido? Si esto te ocurre a diario, y no solo de manera puntual, es conveniente que te hagas una revisión auditiva, porque es muy posible que estés perdiendo oído.

A partir de los cincuenta años es cuando suelen aparecer los primeros signos de lo que se conoce como hipoacusia, un proceso normal asociado al envejecimiento. Si bien es cierto que la mayoría de las personas que padecen problemas de audición tienen más de 60 años, la pérdida de audición afecta a personas de todas las edades, alcanzando al 10% de la población.

Las personas que padecen pérdida auditiva no suelen ser plenamente conscientes de ello en un primer momento, porque, con el tiempo, el oído termina adaptándose y acostumbrándose a oír peor. Suelen ser sus familiares, amigos y otras personas con las que conviven a diario quienes les hacen notar que su audición se ha deteriorado. A partir de ese momento, es fácil darse cuenta uno mismo de que la pérdida de oído es cierta y que repercute en nuestra vida cotidiana y, como no, en nuestra relación con los demás.

Incluso una pérdida de audición de leve a moderada puede llegar a ser muy incapacitante si no le ponemos solución. Esa solución puede ser el uso de un audífono. Si se tiene hipoacusia en los dos oídos, lo ideal son dos audífonos, aunque también se puede optar por llevarlo solo en el oído por el que oímos mejor. Solo en los casos más complicados, por la severidad de la pérdida o por la intolerancia a los audífonos por distintos motivos (cutáneos, incomodidad, etc.), se valora la posibilidad de realizar implantes o implantes cocleares para las hipoacusias profundas, que no solo son personas de edad avanzada (no solo en niños o jóvenes).
 
Una “máquina” de precisión que tenemos que cuidar

Que el oído cumpla a la perfección su papel es de enorme importancia, no solo porque nos permite oír, sino porque también cumple otro papel primordial: la regulación del equilibrio. Y para ello dispone de una compleja “maquinaria” de extrema sensibilidad, que es su intrincada conexión de pequeños huesecillos y membranas.

La exposición continuada a ruidos intensos deteriora los oídos, y más aún si ya existe algún grado de pérdida auditiva. Cualquier sonido POR ENCIMA DE LOS 80 DECIBELIOS es potencialmente nocivo para los oídos. El problema es que en la vida normal no sabemos exactamente cuándo estamos superando ese nivel. pongamos algunos ejemplos: el motor de una moto en movimiento puede superar los 100 decibelios. El sonido de un avión volando a baja altura se eleva por encima de los 110 decibelios.

Pero no solo una exposición prolongada al ruido deteriora el oído. Una exposición puntual anormalmente elevada puede hacer tanto daño como otra prolongada en el tiempo. Para una persona con los oídos sensibles, los altavoces de una discoteca o de una sala de conciertos, o escuchar demasiado cerca un petardo en una fiesta, por ejemplo, puede bastar para que se produzca un trauma acústico en el oído interno que puede ocasionar una pérdida de audición considerable.
 
Corrección auditiva: LOS AUDÍFONOS

Al igual que las gafas hace mucho tiempo se quitaron de encima el estigma de ser considerados antiestéticas “prótesis” hasta llegar a convertirse en complementos de moda, hoy día los audífonos también han superado todos los prejuicios.

Llevar audífono ha dejado de verse como un síntoma de discapacidad, porque quien lo usa mejora su calidad de audición desde el primer momento. Eso sí, hay que ser realistas en cuanto a lo que podemos esperar de estos dispositivos, puesto que incluso los que incorporan la tecnología más avanzada requieren un periodo de adaptación.

CAMBIOS QUE NOS HACEN OÍR PEOR

  • DAÑO CELULAR Con el paso de los años, las ceìlulas ciliadas de la coìclea (el caracol) dejan de moverse o no lo hacen correctamente, por lo que dejan de enviar señales al cerebro.
  • RIGIDEZ EN MEMBRANAS Al envejecer, las membranas del oído interno pierden flexibilidad y transmiten peor las ondas sonoras.

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