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Los psicólogos y psiquiatras denominan “ortorexia” a la alteración de la conducta alimentaria en la que la persona está obsesionada por alimentarse únicamente con comida que considera “sana”. La mayoría de los afectados –que en su mayor parte son mujeres– ni siquiera son conscientes de padecer una enfermedad que en los últimos años se está extendiendo como una mancha de aceite.
Las personas que padecen este trastorno llevan al extremo el concepto de lo que se considera una dieta saludable, llegando a analizar todos y cada uno de los productos que entran en su cocina o que les sirven en cualquier establecimiento de restauración, e incluso los recipientes donde se preparan y sirven estos alimentos, así como las condiciones de salubridad de los recintos donde se manipulan y se conservan.
Rechazan lo "artificial"
Los ortoréxicos suelen prescindir de todo tipo de productos precocinados, enlatados o en conserva, por considerarlos artificiales, inseguros y perjudiciales para su salud, al ser estos sometidos a procesos de manipulación industriales y añadírseles aditivos que consideran nocivos, como colorantes, conservantes o pesticidas. Por ello basan su dieta diaria en alimentos que se venden como “biológicos”, producidos o cultivados de manera artesanal y sin productos químicos.
Esta estricta selección de lo que comen hace que su dieta se reduzca a un puñado de productos. Si a esto
le añadimos su rechazo a comer carnes (ya que consideran “peligroso” su contenido en toxinas y antibióticos) y otros alimentos grasos, el resultado es una alimentación muy monótona y carente de muchos nutrientes esenciales.
Para compensar esos nutrientes que no toman a través de la comida, muchas de estas personas suelen consumir suplementos de vitaminas, minerales, aminoácidos o ácidos grasos esenciales, todos ellos también de origen supuestamente natural. Sin embargo, los expertos en nutrición insisten en que los portes nutricionales de un alimento no pueden ser reemplazados por suplementos dietéticos. Solo comiendo de todo un poco podemos llevar una alimentación realmente sana.
Miedo a todo
Estas personas suelen ser, además, más sensibles de lo normal ante noticias sobre salud alimentaria que crean cierta alarma social (vacas locas, gripe aviar alimentos, transgénicos, brotes de salmonella…). Por eso, los ortoréxicos no suelen comer fuera de casa, otra razón añadida con la que consiguen que en su entorno sean tenidos como personas maniáticas y enfermizamente escrupulosas.
¿Cómo afecta al organismo?
Las excentricidades de las personas que sufren esta enfermedad pasan factura a su cuerpo. Por ejemplo, no tomar determinadas grasas, tanto animales como vegetales, conlleva que su organismo no pueda absorber correctamente vitaminas como A, D o E. Como consecuencia de ello pueden aparecer cambios del estado de ánimo, pérdida de masa muscular y de masa ósea, anemia, caída del cabello, y, en el caso de las mujeres, pérdida de la menstruación.
Pide ayuda
A diferencia de la anorexia nerviosa (que consiste en la obcecación por el aspecto físico exterior), la ortorexia se obsesiona con la salud interior. La imposibilidad de la persona evitar su comportamiento compulsivo se traduce en una sensación de frustración y malestar si en algún momento tiene que transgredir su exigente dictadura alimentaria. Si crees que tú o alguno de tus familiares puede tener este problema, es conveniente acudir a un especialista en busca de ayuda, tanto para tratar el problema psicológico como para recibir educación nutricional.
Si los temores y prejuicios sobre los alimentos nos impiden llevar una dieta completa y equilibrada, puede haber detrás algún trastorno de tipo psicológico.
La trampa de los alimentos “100% NATURALES”
A diferencia de los productos que se etiquetan como “ecológicos” (que sí están estrictamente controlados), el hecho de que un alimento se pueda vender como “100% natural” o simplemente como “natural” se rige por una normativa muy laxa. De hecho, muchos alimentos que llevan ese reclamo no pueden garantizar que hayan sido procesados de manera totalmente inocua. En realidad, la mayoría de ellos pasan por procesos en los cuales se exponen a potenciales contaminantes, como pesticidas, maquinaria, embalajes de plástico, manipulado manual... desde luego, todavía no existen alimentos nacidos en burbujas asépticas.