Se trata de una enfermedad neurodegenerativa en continuo estudio. Afortunadamente, los nuevos fármacos y terapias han mejorado mucho la vida de quienes la sufren.

Las personas con esta dolencia sufren una pérdida de dopamina en el cerebro. Sus células nerviosas (las neuronas) no producen suficiente cantidad de esta sustancia química, lo que provoca trastornos de movimiento.

Síntomas

Comienzan lentamente, primero en un lado del cuerpo y luego en ambos. Temblor en las extremidades, la mandíbula y la cara, rigidez, lentitud de los movimientos o problemas de equilibrio y coordinación, son algunas de las señales más comunes que indican que se padece Parkinson. "Cuando empeoran los síntomas, se produce dificultad para caminar o hacer labores simples como abrocharse una camisa o darse la vuelta en la cama", explica la doctora Nuria Olmedilla, neuróloga del Hospital Vithas Nisa Pardo de Aravaca en Madrid.

Más casos en hombres

Aunque no hay claros factores predisponentes, la tasa de padecerlo es dos veces mayor en el hombre que en la mujer, probablemente debido a la exposición de factores ambientales, hábitos de vida y al efecto protector sobre el sistema nervioso que los estrógenos (la hormona femenina) provoca en las mujeres.

La enfermedad suele aparecer a partir de los 60 años como consecuencia del envejecimiento cerebral. Solo entre un 5 y 10% de los casos se deben a factores genéticos (antecedentes familiares). Se han descubierto 8 genes relacionados con la enfermedad del Parkinson y de ellos son 2 los que influyen en el origen familiar.

Tratamientos eficaces

Aunque se trata de una enfermedad que a día de hoy no tiene cura, existen diversas medicinas que ayudan a mejorar enormemente los síntomas y llevar una vida completamente normal.

Cirugía

Está indicada cuando el tratamiento farmacológico no logra controlar los síntomas del paciente durante todo el día y tienen menos de 70 años. En ella se implanta un electrodo en el cerebro que lo estimule de forma indolora de tal manera que ayude a bloquear las señales que causan muchos de los síntomas motores de la enfermedad. La intervención consta de dos partes. En un primer momento se realiza una cirugía mínimamente invasiva (con anestesia local y el paciente consciente durante el proceso) para registrar la actividad neuronal y localizar el punto exacto donde implantar un electrodo.

Después, se interviene quirúrgicamente con anestesia general para colocar esta batería que suministra la estimulación eléctrica. La cirugía no entraña grandes riesgos y es reversible si no va bien. Los resultados suponen una clara mejoría en el movimiento, la rigidez y los temblores, es decir, mejoran la calidad de vida de muchos pacientes y permiten además reducir la medicación.

Es el segundo trastorno neurodegenerativo más común tras el Alzheimer

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