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El 11% de la población adulta sufre algún grado de insuficiencia renal, que consiste en el cese total o parcial de la actividad de los riñones. Esta enfermedad de tipo crónico no solo afecta al riñón: un 85% de los enfermos renales padecen o padecerán al mismo tiempo, en un futuro, daños cardiovasculares. Y también ocurre a la inversa: más de un tercio de las personas que sufren insuficiencia cardiaca crónica padecen cierto grado de afectación en los riñones. Este trastorno de “doble dirección” recibe el nombre de “síndrome cardiorrenal” y los médicos lo tienen cada vez más en cuenta, pero no tanto muchas de las personas afectadas.
¿Por qué sucede?
Hasta el 95% de las personas con insuficiencia renal crónica son también hipertensos. Si tenemos en cuenta que la hipertensión es uno de los principales factores de riesgo para la aparición de enfermedades cardiovasculares, no es de extrañar que una gran mayoría de las personas con problemas de riñón padezcan también afecciones del corazón, que se pueden agravan con la presencia de otros factores muy habituales en los enfermos renales, como la anemia o la presencia de altas tasas de colesterol en sangre.
Si la enfermedad que se diagnostica antes es una insuficiencia cardiaca congestiva, lo que sucede es que el corazón no puede bombear suficiente sangre rica en oxígeno a los tejidos del organismo y lo más probable es que no llegue la cantidad de sangre necesaria a los riñones. Como consecuencia, estos no podrán llevar a cabo su función de filtrado de manera normal, lo cual se denomina “insuficiencia renal”.
Diabetes, otra enemiga nº 1
Junto con la hipertensión, la diabetes es otra de las causas más frecuentes de enfermedad renal crónica. El motivo es que el tener persistentemente unos niveles altos de glucosa en sangre provoca que los vasos sanguíneos del riñón se estrechen y se obstruyan. Así, los riñones dejan de cumplir su misión en el organismo, que es la de filtrar y limpiar la sangre de toxinas y otras sustancias de desecho. Al tener que trabajar sin suficiente cantidad de sangre, los riñones se deterioran poco a poco.
Uno de los síntomas que avisan de que los riñones no están funcionando correctamente como consecuencia de la diabetes es que aparece en la orina un tipo de proteína de la sangre denominado albúmina, que normalmente no debería estar ahí.
En personas con diabetes mal controlada, los riñones suele dar sus primeros avisos de alarma pasados los primeros diez años de comenzar a ser diabéticas. Si la situación no se controla sometiéndose a un tratamiento adecuado, puede surgir una insuficiencia renal en los siguientes cinco o diez años, y en estos casos no es de extrañar que el daño ya sufrido por los riñones sea irreversible.
Los datos estadísticos que manejamos son suficientemente preocupantes por sí mismos: cerca de un tercio de las personas que padecen diabetes pueden desarrollar una enfermedad renal crónica, y en España en torno a un 22% de las personas con daño renal se encuentran en fase terminal como consecuencia de una diabetes descontrolada.
El tratamiento se complica
La compleja interrelación entre riñones y corazón pone muchas trabas a la hora de encontrar un tratamiento que no cause efectos secundarios indeseados en uno u otro órgano. Un tratamiento específico para aliviar la insuficiencia cardiaca puede perjudicar el estado de los riñones, y si se actúa sobre la insuficiencia renal, el daño que está soportando el corazón puede experimentar un empeoramiento.
Por ello, el tratamiento de los pacientes con enfermedad renal crónica tiene que cumplir un doble objetivo: prevenir o retrasar la progresión de la enfermedad renal, y reducir al mínimo los riesgos cardiovasculares. Como los factores de riesgo para sufrir las dos enfermedades son casi idéntico, el tratamiento debe basarse en un adecuado control de los mismos:
- Someter a un estricto control la tensión arterial.
- Evitar el sobrepeso, el colesterol alto y la diabetes.
- Seguir otras normas de vida sana en general, como, por supuesto, no fumar, moderar el consumo de alcohol, o hacer ejercicio varios días a la semana.
Implícate en tu salud
Los enfermos renales deben implicarse mucho más en su enfermedad: conocer en qué consiste lo que tienen, saber exactamente qué les puede ir bien o mal para proteger su función renal y cumplir las recomendaciones dietéticas y de tratamiento que les indique su médico.
Dejar estas medidas para más tarde es la peor de las decisiones que estos pacientes pueden tomar, pues son cada vez más los casos de trastornos de riñón que pasan a convertirse en una insuficiencia renal que, con el tiempo, llega a exigir diálisis, hemodiálisis o hasta un trasplante como únicos tratamientos posibles.
En cambio, numerosas personas con problemas de riñón diagnosticados en etapas tempranas pueden mantener su función renal durante muchos años y en algunos casos ni llegan a necesitar diálisis ni sufren complicaciones cardiovasculares.
Tus herramientas de prevención: Análisis de sangre y de orina
Aunque la enfermedad renal crónica no dé síntomas en sus etapas iniciales, con un análisis de sangre y orina es posible conocer el grado de funcionamiento de los riñones y hacer un diagnóstico precoz de la enfermedad, si es que existe. Son dos pruebas muy sencillas que todos debemos realizarnos de manera periódica. La frecuencia con la que estos análisis tienen que hacerse la indicará el médico.
- En el análisis de sangre se pueden detectar indicios de un posible problema renal en alteraciones como un nivel bajo de albúmina (proteínas), baja concentración de hemoglobina (lo que conocemos como anemia) o niveles elevados de creatinina sérica (sustancia de desecho que proviene de la actividad muscular y de las proteínas ingeridas).
- En el análisis de orina, con este mismo fin, se estudian variables como la albuminuria (cantidad de albúmina en la orina), la urea (proteínas ingeridas y desechadas a través de la orina) o la creatinina urinaria, normalmente medidas en una muestra de orina de 24 horas, en la que también se mide la cantidad de orina que producen los riñones. La detección de sangre o de células en la orina también pueden ser señal de algún trastorno renal.
Reducir las grasas y limitar al máximo la sal benefician tanto a los riñones como al corazón.
7 normas para unos riñones sanos
Beber abundante líquido es fundamental para prevenir daños renales, pero las personas que ya los padecen tienen que restringir la ingesta.
- Reducir o eliminar el consumo de sal y alimentos que la contienen en exceso (embutidos, salazones, conservas…). Limitar también las grasas de origen animal.
- Mantenerse en un peso saludable.
- Beber al menos un litro y medio de agua al día.
- Mantener en niveles adecuados la tensión arterial.
- Hacer ejercicio físico habitualmente.
- No automedicarse.
- Dejar de fumar.
Las personas que ya padecen algún grado de enfermedad renal deben seguir pautas personalizadas de alimentación, ingesta de líquido, ejercicio físico y otros factores. Por ejemplo, es posible que tengan que limitar su consumo de proteínas, colesterol, sodio y potasio de una forma más estricta que una persona sana.
Síntomas de enfermedad renal
- Necesidad de orinar con más o menos frecuencia de lo normal.
- Orina espumosa (por una excesiva concentración de proteínas) o de color rojizo u oscuro (por la presencia de sangre).
- Cansancio físico, dificultad para concentrarse y para dormir.
- Pies y tobillos hinchados.
- Piel seca.
- Calambres musculares nocturnos.
- Falta de apetito.
Beber abundante líquido es fundamental para prevenir daños renales, pero las personas que ya los padecen tienen que restringir la ingesta.