¡Tranquilo corazón! El estrés altera tu ritmo

Vivir con prisas, con ansiedad y con mal humor le hace un flaco favor a tu salud cardiovascular. ¡Pisa el freno y respira hondo!...

Sabemos que la hipertensión, la diabetes, el colesterol elevado o la obesidad son factores que pueden aumentar el riesgo de padecer trastornos de tipo cardiovascular, especialmente de corazón. Pero aquí interviene otro “actor” al que todos conocemos, cuyo papel solemos pensar que es secundario, aunque en realidad es otro protagonista principal: el estrés. Está ampliamente demostrado que una alta tensión nerviosa (llamémosle estrés o ansiedad), si nos afecta durante un periodo de tiempo prolongado, puede contribuir de un modo significativo a la aparición de eventos cardiovasculares como un infarto de miocardio, angina de pecho o taquicardia en las personas que presentan los mencionados factores de riesgo cardiovascular o que ya padecen una enfermedad coronaria.

Y esto no son solo suposiciones, sino que hay datos contrastados que, en este caso, nos llevan al terreno laboral: un estudio reciente ha revelado que el riesgo de infarto puede multiplicarse hasta por seis en las 24 horas siguientes a una situación de estrés intenso en el trabajo, de igual modo que las personas que trabajan con escasos estímulos y sin motivación personal pueden aumentan su riesgo de padecer un fortuito episodio coronario.

Pero esta sobrecarga emocional dañina no solo afecta a las personas que están en activo en el ámbito estrictamente laboral, sino que también es una situación bien conocida especialmente por las personas que tienen familiares dependientes a su cargo –responsabilidad que, por lo general, recae en las mujeres– o a los padres y madres (que ahora son también abuelos y abuelas) que tienen que sacar adelante a una familia numerosa en estos tiempos de dificultades en todos los ámbitos.


5 tópicos que funcionan

  1. Planifica tu tiempo. Organiza tus horas de trabajo (o de la búsqueda activa de empleo) y las que dedicas a tus responsabilidades familiares para gestionarlas de la mejor manera posible. Establece prioridades, para que, si no alcanzas a hacer todas tus tareas previstas, no te queden pendientes las más importantes. Y no olvides reservar hueco en la semana para realizar cualquier actividad que te ayude a “desconectar”, fomentando tu vida social y familiar.

  2. Duerme las horas necesarias. Tu cuerpo y tu mente necesitan descansar para poder funcionar correctamente. No esperes a agotar tu energía para tomarte un respiro a lo largo del día.

  3. Haz ejercicio. Treinta minutos diarios son suficientes para que nuestro cerebro produzca sustancias químicas tranquilizantes (endorfinas), que favorecen la relajación y el descanso. Al mismo tiempo, como ya sabes, el deporte ayuda a controlar el peso, la presión arterial, la glucosa en sangre y el colesterol.

  4. Come de forma equilibrada. Dale a tu organismo (incluido tu cerebro) el alimento que necesita para que disponga de la energía necesaria para funcionar correctamente. Come sano, cinco o seis veces al día en pequeñas cantidades.

  5. Practica técnicas de relajación. Las clases de yoga y los ejercicios de respiración controlada específicos para lel control del estrés te ayudarán a aprender a liberar las tensiones, con el consiguiente efecto positivo sobre tu sistema cardiovascular.

 

Cierto “estrés” es necesario

A diario, todos tenemos que enfrentarnos a situaciones y actividades que nos demandan un alto grado de atención y esfuerzo, en las que podemos encontrar obstáculos y contratiempos con los que no contábamos y que tenemos que resolver de la mejor manera posible. El estrés es una reacción fisiológica natural de nuestro organismo frente a esas exigencias.

Es un mecanismo psicológico normal y hasta deseable, porque nos impulsa a reaccionar rápidamente frente a la adversidad. El problema viene cuando percibimos (sea cierto o no) que esas demandas que nos exige nuestro entorno nos superan. Aunque cada persona responde frente a los problemas de una determinada manera y tiene su particular nivel de resistencia al estrés, llegado a un límite todos nos bloqueamos, lo que nos impide tomar decisiones correctas y actuar de manera adecuada. Nos lleva a ser impulsivos, malhumorados y excesivamente exigentes e intolerantes con nosotros mismos y con los demás, lo que puede pasarnos una cara factura en según qué situaciones. En estos casos, el estrés deja de ser una reacción “sana” y se convierte en un obstáculo. Cuando presión escapa a nuestro control, incluso puede dar lugar a un trastorno de ansiedad que, si no se resuelve, puede ser una puerta abierta a la depresión.


 
¿Cómo nos altera el estrés?

  • Sube los niveles de cortisol, la “hormona del estrés”, lo cual nos predispone a un estado de tensión nerviosa permanente.

  • Aumenta nuestra presión arterial, algo especialmente peligroso para los hipertensos.

  • Por lo general, aumenta los niveles de glucosa en sangre, algo especialmente perjudicial para las personas con diabetes.

  • Se pierden más rápidamente altas dosis de vitaminas y minerales, como el calcio.

  • Absorbemos peor los nutrientes, ya que en el aparato digestivo se ralentiza el flujo sanguíneo y la oxigenación del intestino. También aumenta la acidez estomacal.

  • Nos puede conducir a hábitos poco saludables, como una dieta basada en “comida rápida” o dedicar muy escaso tiempo a hacer ejercicio.

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