Combate el hígado graso: Tu objetivo: depuración total

Con un estilo de vida sano, basado en una alimentación realmente equilibrada, un poco de ejercicio, nada de alcohol y peso bajo control, es posible frenar la acumulación excesiva de grasa en el hígado.

Es muy poco conocido que el hígado graso no alcohólico (o enfermedad hepática por depósito de grasa no asociada al consumo de alcohol) es actualmente la afección de tipo hepático más prevalente en los países occidentales, entre ellos España, y es también la tercera causa de trasplante de hígado a nivel mundial, según afirma la Asociación Española para el Estudio del Hígado. Si tenemos presente que guarda una estrecha relación con las dos “plagas” más importantes del siglo XII, la obesidad y la diabetes, es fácil de hacerse una idea por qué afecta nada menos que a veinte de cada cien adultos.

Además, estudios recientes indican que el hígado graso se relaciona estrechamente con la enfermedad cardiovascular, concretamente con el depósito e infiltración de grasas en las paredes de las arterias de mediano y grueso calibre.

El hígado graso se produce por el acúmulo excesivo de grasa dentro de las células del hígado. Aunque esta es una consecuencia muy frecuente del consumo abusivo de alcohol, en este caso el daño hepático tiene un origen diferente. Por eso al hígado graso se le añade el apellido “no alcohólico”.

Las causas

Las principales causas son la resistencia a la insulina y la obesidad, especialmente la que se localiza en el abdomen (también llamada “grasa visceral”, por su proximidad a las “vísceras” u órganos), ya que provoca una mayor afluencia de ácidos grasos libres al hígado y un aumento en la producción de triglicéridos hepáticos. 

El hígado graso puede ser también consecuencia de otras situaciones: consumo de ciertos medicamentos (corticoides, hormonas, antiarrítmicos, isoniazida, antivirales, etc.), intervenciones quirúrgicas en el intestino, nutrición por vena o algunas enfermedades hereditarias raras, entre otras.

¿Y si se agrava?

Aunque la grasa es lo más típico de esta enfermedad, en el hígado de algunos afectados pueden verse también otras alteraciones, como inflamación y cicatrices. Por eso, según lo que se vea al microscopio una vez realizada una biopsia, se distinguen tres tipos de hígado graso: 

■ En el tipo 1, la lesión se llama esteatosis simple, que significa que el enfermo solo tiene grasa en el hígado. 

■ En el tipo 2, la lesión se llama esteatohepatitis, que significa que además de grasa, se ha encontrado inflamación y, a veces, cicatrices (fibrosis). 

■ En el tipo 3, la lesión se llama cirrosis y significa que afectado tiene el hígado con muchas cicatrices (grado máximo de fibrosis) rodeando a la poca grasa e inflamación que quedan. 

Conocer en una persona afectada por hígado graso qué tipo de lesión tiene es importante, ya que la gravedad de la enfermedad y el tratamiento necesario es diferente en cada caso. 

La mayoría de las personas que tienen esteatosis simple tienen un buen pronóstico; el riesgo de que su enfermedad evolucione hacia una cirrosis es muy bajo. Los que tienen inflamación y cicatrices (esteatohepatitis) y, sobre todo, si son obesos, tienen un riesgo mayor de desarrollar con el tiempo una cirrosis: aproximadamente uno de cada tres pacientes puede llegar a tener una cirrosis entre tres y catorce años después del diagnóstico. Por último, quienes llegan a tener una cirrosis pueden tener complicaciones graves. 

Posibles síntomas

Las personas que padecen hígado graso pueden tener (no siempre las tienen) una serie de molestias que, por ser muy inespecíficas, pueden hacer pensar que se trata de otras enfermedades muy distintas, por lo que es fundamental acudir al médico y realizarse todas las pruebas que se requieran para aclarar la causa. Los síntomas más habituales suelen ser:

■ Dolor en la parte superior derecha del abdomen.

■ Malestar general.

■ Cansancio intenso.

■ Pérdida de peso.

■ Sensación de pesadez.

■ Ictericia (coloración pálida y amarillenta de la piel).

Bajo control

Se sabe que hasta el 90% de pacientes con hígado graso padecen obesidad, el 75% tienen diabetes tipo 2 y un 30% tienen hiperlipemia (aumento de las grasas en la sangre, es decir, colesterol y/o triglicéridos). Con frecuencia, el mismo afectado tiene a la vez estas tres alteraciones, a veces, también con presión arterial alta. 

Entonces se dice que tiene síndrome metabólico, el cual además predispone a la aterosclerosis y a sufrir enfermedades del corazón (como el infarto) y embolias cerebrales. 

Actualmente no existe un tratamiento específico para las personas que lo padecen, sino que lo que se intenta es controlar las enfermedades metabólicas asociadas, como la obesidad, la resistencia a la insulina, el colesterol y los triglicéridos elevados y la diabetes tipo 2, así como reducir el estrés oxidativo para prevenir el desarrollo de fibrosis. Para lograrlo, se recomienda seguir una dieta  hipocalórica moderada, baja en grasas saturadas y trans, rica en omega 3, y con un bajo contenido de azúcares simples para poder perder peso de forma progresiva.

La utilización de antioxidantes naturales, como las vitaminas E y C, están siendo estudiados en profundidad, ya que podrían disminuir el daño hepático provocado por radicales libres.

Adelgazar poco a poco

Numerosos estudios han confirmado que una pérdida de peso moderada y gradual mejora la sensibilidad a la insulina, la esteatosis, la fibrosis y los niveles de transaminasas. Es importante evitar pérdidas de peso bruscas, dado que pueden ser contraproducentes. 

En concreto, se recomienda un descenso de alrededor de un diez por ciento del peso inicial durante los primeros seis meses, a un ritmo semanal de medio kilo a un kilo. Una vez alcanzado el objetivo, es necesario mantener el peso con una dieta individualizada. Para obtener los resultados deseados se debe acompañar esta dieta con ejercicio físico regular.

Ejercicio, ¡es fundamental!

En la mayoría de las investigaciones científicas que han profundizado en el estudio del hígado graso, el ejercicio físico es una de las piezas fundamentales del tratamiento. Se ha demostrado que la práctica regular de actividad física ayuda contra el sobrepeso y contribuye a corregir la resistencia a la insulina, la hipertensión arterial y también el exceso de colesterol y triglicéridos en la sangre; todas ellas, situaciones asociadas frecuentemente al hígado graso.

¿De qué tipo?

El ejercicio aeróbico es el más recomendado en este caso: caminar, trotar, nadar, montar en bicicleta o en patines, remar…, o el trabajo en máquinas estáticas equivalentes, como cintas caminadoras, bicicletas estáticas o elípticas. También son beneficiosos otros ejercicios como bailar, el yoga y los deportes competitivos, como el fútbol o el tenis.

■ Antes de comenzar cualquier programa de ejercicio físico, cuando se tiene una enfermedad como el hígado graso es muy importante hacerse un chequeo cardiovascular previo, especialmente en el caso de las personas que nunca han hecho deporte o que presentan otros factores de riesgo añadidos, como hipertensión, colesterol elevado, obesidad o diabetes. 

■ Si no te gusta hacer ejercicio por tu cuenta, una buena idea es acudir a un gimnasio o centro deportivo, donde sus profesionales te sabrán orientar sobre el tipo de ejercicios que puedes realizar para mejorar tu condición física y la intensidad necesaria de los mismo, según tu estado de salud. 

Lo importante es, como en todo, la constancia: las sesiones de ejercicio deben ser de, al menos, treinta minutos cada día, con una frecuencia de tres a cinco veces a la semana. Poco a poco, comprobarás que podrás ir pasando de un ritmo de moderado a más intenso de ejercicios, podrás mantenerlo sin problemas y disfrutarás con ello. Los resultados positivos de tu esfuerzo no solo se notarán en tus próximos análisis y pruebas, sino que se traducirán en más calidad de vida.

 

Apúntate al reto: haz ejercicio de tres a cinco días a la semana, al menos media hora diaria. ¡Notarás lo bien que le sienta a tu hígado!

 

Ojo con la hepatitis A

Siempre hay que prestar especial cuidado a la higiene en la manipulación, elaboración y conservación de los alimentos, pero especialmente si padeces hígado graso, y tanto más en estos meses calurosos. El motivo principal es que los alimentos manipulados de forma inadecuada pueden contaminarse con un virus muy peligroso para el hígado, el de la hepatitis.

A, que produce una inflamación aguda del mismo. Frutas, verduras, mariscos, hielo y agua son fuentes comunes del virus de la hepatitis A. Por lo tanto, en casa, todo bien lavado. Y en el restaurante, si por su color, sabor o textura tienes dudas sobre la higiene de algún alimento o bebida que te sirvan, recházalos.

 

Una enfermedad que crece rápido entre los más jóvenes 

Aunque el hígado graso es especialmente frecuente a partir de los 45 años, en los últimos años cada vez más jóvenes, incluso de menos de treinta años, acuden al médico por esta condición, como resultado directo de un estilo de vida poco saludable. 

 

Daños prematuros

El hígado tiene una importante cualidad: se regenera a una sorprendente velocidad, por lo que, si no tiene daños profundos, basta volver a una dieta equilibrada para que pocos meses recupere su salud. Aun así, las personas muy jóvenes que padecen hígado graso aumentan su riesgo de tener complicaciones en el futuro. 

No pasemos por alto que se trata de una enfermedad que progresa de forma silenciosa y que no siempre da síntomas, lo que la lleva a ser escasamente detectada en personas jóvenes que casi nunca acuden al médico a hacerse chequeos. 

El riesgo de recaída después del tratamiento es alto si no se asume la necesidad de privarse del alcohol y de las comidas poco saludables. 

En definitiva, hace falta en nuestros jóvenes un cambio de mentalidad para que practiquen eso que se llama “estilo de vida saludable”. 

 

¡Da un respiro a tu hígado!

1. Restinge las grasas saturadas: Consume lácteos desnatados, evita la mantequilla, la nata, retira la piel del pollo, la grasa visible de las carnes, y opta los cortes magros.

2. Evita los alimentos con ácidos grasos trans: Los contienen sobre todo los alimentos precocinados, pastelería y bollería industrial y los aperitivos fritos.

3. Cocina con poca grasa: A la plancha, vapor, hervido, asado, parrilla, microondas o papillote, en lugar de frituras y estofados. Utiliza aceite de oliva para cocinar. Debes utilizar siempre aceite de oliva para frito o crudo. No tomes salsas grasas de las que no sepas su composición.

4. Toma alimentos ricos en ácidos grasos omega 3: Podrían proteger del daño hepático y la inflamación. Por ello, hay que incluir en la dieta alimentos como el pescado azul y las nueces.

5. Deja los azúcares simples y la fructosa, así como las bebidas alcohólicas (incluso en mínimas cantidades). Todos ellos aumentan la síntesis hepática de triglicéridos.

6. Realiza cinco comidas al día: Desayuno, media mañana, comida, merienda y cena. Procura no picar alimentos calóricos entre horas.

7. Evita el consumo de fármacos hepatotóxicos y los períodos largos de ayuno, porque pueden agravar la enfermedad.

8. Cereales: Tómalos todos los días, preferentemente integrales (cereales de desayuno, pan, arroz o pasta). Deben ser la base de la alimentación, ya que nos aportan la mayor parte de la energía necesaria para vivir. Evita la bollería industrial, aunque esté fabricada con aceite vegetal, así como los bollos o pasteles con nata o mantequilla.

9. Verduras: Todas las verduras son excelentes crudas o cocidas. Aportan además de energía, vitaminas, fibra y antioxidantes, muy beneficiosos en la enfermedad cardiovascular.

10. Frutas: Todas son válidas. Aportan mucha agua, fibra vitaminas y energía y nada de grasa. Se deben tomar 2 o 3 piezas diarias.

11. Lácteos: Son alimentos indispensables por su contenido en calcio, proteínas y vitaminas A, D y B. Tómalos mejor desnatados y no más de tres raciones al día.

12. Proteínas: Es bueno comer, como fuente de proteínas, el pescado, blanco o azul y las legumbres. También el pollo o el pavo, siempre sin piel, la ternera y o magro de cerdo o vaca. Evita los embutidos, sobre todo el beicon, las salchichas, el paté y las hamburguesas preparadas. Los huevos son un alimento indispensable. No se deben tomar más de tres o cuatro huevos a la semana.

13. Bebidas: Bebe preferentemente agua a lo largo de todo el día, de uno a dos litros diarios.

 

Planifica tus menús diarios para conseguir que tu alimentación sea realmente equilibrada

 

¡De lo más natural!

Dos plantas que te ayudan:

  Las hojas del cardo mariano y del diente de león, ayudan al hígado a deshacerse mejor de las toxinas. Se pueden tomar en forma de cápsula, en infusión e incluso frescas en ensalada. 

Las bondades del té y del café: Tomar cuatro tazas de café o té diarias puede ser beneficioso para prevenir la progresión del hígado graso.

Un equipo internacional de investigadores dirigidos por la Universidad de Duke (Estados Unidos) ha observado en estudios experimentales que la ingesta moderada de cafeína y teína ayuda a prevenir y a proteger el hígado de la acumulación de grasa.

 

¡Nada de alcohol! 

En lo que se refiere al hígado, el alcohol es el enemigo número uno, ya que su función es limpiar esa sustancia tóxica de la sangre para evitar que se acumule y dañe las células de órganos como el cerebro y el corazón, que son especialmente sensibles a su acción. Si se ingieren bebidas alcohólicas en grandes cantidades durante todo el día, y así jornada tras jornada, el hígado no da abasto en esa labor y se ve forzado a trabajar más lenta y dificultosamente. 

■ Nivel máximo de alcohol en sangre: Se alcanza entre los 30 y 90 minutos después de la ingesta de la bebida. Con el estómago vacío, la velocidad de absorción es máxima, mientras que tras una comida copiosa y rica en grasas es mucho más lenta. Sin embargo, en ambos casos todo el alcohol acaba absorbiéndose y haciendo efecto en el organismo. 

Si la cantidad de alcohol acumulada en sangre es excesiva, la temida “resaca” hará de las suyas horas después: cansancio, dolor de cabeza, aturdimiento, pérdida de apetito, malestar gástrico, vómitos..., que son señales con las que el hígado, el estómago y otros órganos nos dicen que necesitan un respiro.

 

A tu hígado le vendrá bien que te mantengas en tu peso saludable

 

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