Rojeces, picores, descamación… por lo general son síntomas de que la piel está “desnuda” frente a las inclemencias del tiempo. Cuida la tuya a conciencia estos meses.


La naturaleza, tan sabia como es, ha dotado a la piel humana de una barrera protectora natural –la llamada capa hidrolipídica–, que está formada por el sudor y el sebo que la propia piel produce. Pero este “escudo” no es infalible: agresiones externas como el frío, el viento seco y los cambios bruscos de temperatura a los que sometemos sin piedad a nuestra piel durante estos meses lo deterioran. Lo que ocurre como consecuencia es que la piel pierde agua rápidamente y corre el riesgo de resecarse, irritarse y descamarse fácilmente. Además, adquiere un aspecto apagado, y aparecen rojeces en las zonas más sensibles.

Para prevenir estos problemas, que afectan de manera especial a las pieles más delicadas, como la de las personas mayores y los niños –y más si ya padecen alguna enfermedad dermatológica como psoriasis, dermatitis atópica o sabañones– es importante hacer caso a los expertos. La Academia Española de Dermatología aconseja seguir las siguientes pautas para superar el otoño y el invierno sin daños en nuestra piel:

CARA Y CUELLO: El rostro está permanentemente expuesto. Protégelo aplicándote por la mañana y por la noche una crema hidratante con pantalla solar (porque aunque haga frío, el sol sigue haciendo de la suyas) procurando que penetre bien, después de una buena limpieza con agua y jabón o con un desmaquillante para eliminar las impurezas y la grasa incrustada en los poros, que en una piel más sensible pueden originar acné, puntos negros y diversas lesiones inflamatorias.

El cuello (y, por extensión, el escote) es el gran olvidado, pero también sufre lo suyo con la climatología adversa. Esta zona puede presentar una mayor aspereza porque no tiene tantas glándulas sebáceas como la cara. Para protegerla, extiende la crema facial a esta zona, haciendo un ligero masaje ascendente.


MANOS:
Hidrátalas también con frecuencia, ya que, además de estar expuestas a las inclemencias del tiempo, la utilización de geles y detergentes agresivos, así como lavárnoslas con agua demasiado fría o caliente puede causar estragos en ellas, resecándolas y agrietándolas. Para evitarlo, conviene utilizar cremas muy nutritivas –procurando que penetren también en la zona de la cutícula de las uñas para evitar padrastros y heridas–, y mejor si además tienen factor de protección solar.


LABIOS:
Si los notas siempre resecos en la época de más frío, evita humedecértelos constantemente con saliva, pues este hábito los irrita más. Lo mejor es tener siempre a mano un protector labial hidratante, aunque conviene no abusar de este tipo de productos –a los que algunas personas reconocen ser “adictas”– para que su hidratación no dependa solo de su uso.

CUERPO: Las duchas prolongadas con agua demasiado caliente van eliminando el manto hidrolipídico, provocando picor y descamación. Los dermatólogos recomiendan tomar una ducha de pocos minutos con agua tibia y con un jabón o gel suave que respete la estructura química de la piel.

Después de secarse –presionando la piel mejor que frotándola–, es conveniente hidratar el cuerpo con una crema adecuada a sus características (para pieles secas, grasas o sensibles). Aplícala en todo el cuerpo, con especial énfasis en codos, rodillas y piernas, que se resecan con mayor facilidad.

Ni más, ni menos: 22 grados 

La óptima temperatura en casa es de unos 22 grados. Para tu piel, siempre es mejor que te pongas un poco más de ropa si en algún momento tienes algo de fresco que pasarse el día sudando porque la calefacción está demasiado alta. Si sales a la calle y la temperatura es baja, tu piel será la primera en quejarse de ese desagradable contraste.

Recuerda que tan importante como vigilar la temperatura ambiental es conservar una suficiente humedad del aire, para que piel y mucosas no se resequen. Los recipientes de cerámica que se enganchan a los radiadores con agua son socorridos y económicos.

Y por dentro, también

Ya sabes que una alimentación equilibrada es uno de los pilares para tener una piel saludable. 

  • Los alimentos ricos en vitamina A evitan la sequedad del cutis, las grietas de los labios y previenen la formación de sabañones.

  • El consumo de alimentos con vitamina C aportan antioxidantes y aumentan las defensas de la piel frente a las infecciones.

  • ¡Dale de beber! La piel es, en buena medida, la receptora de los líquidos que tomamos. Por eso es esencial beber al menos un litro y medio de agua al día.

¡Cuerpo a cubierto!

  • La nariz y los labios son especialmente sensibles al frío, sobre todo si estamos resfriados y los tenemos que “maltratar” durante varios días con los pañuelos de papel al sonarnos una y otra vez. En la nariz pueden aparecen vasos dilatados (venitas azuladas o rojas visibles), rojeces y descamación.

  • Para prevenir estos problemas, te vendrá bien acostumbrarte a usar una bufanda o pañuelo de tejido transpirable. Los días en los que notes el aire muy frío y seco, ponte esta prenda de manera que cubra tus vías respiratorias mientras estés en el exterior.

  • ¿Manos heladas? No las expongas al aire gélido nunca más. Usa unos guantes calentitos que te ayuden a mantenerlas en calor. Lo notarás mucho en la piel.

  • El resto del cuerpo también es sensible al frío exterior. Las prendas de tejidos transpirables, como el algodón, ayudan a conservar el calor corporal y mantienen la piel seca, al permitir la evaporación del sudor a través de ellas. Úsalas de costumbre, y sobre todo para hacer ejercicio a la intemperie. En cambio, evita las prendas invernales demasiado ceñidas y de tejidos sintéticos, que suponen una barrera para el sudor y pueden provocar irritaciones y descamación.

¿Tu nariz se enrojece a causa del frío? Restringe el café, el alcohol y las especias, y elimina el tabaco. Mejorarás la microcirculación sanguínea en esa zona tan sensible.

 

 

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